Cuento «Sonidos plenos»

Autora: Mayra Pinto

Era una mañana de Mayo, en las faldas de Celaque, la neblina cubría las partes altas de las montañas y en la parte baja, en dirección a las ciudades y pueblos cercanos, se lograba apreciar un espléndido “mar de nubes” que los cubría de una forma fenomenal; los amaneceres con tal paisaje eran siempre distintos e inspiradores y a Jenny en esa temporada siempre le gustaba levantarse un poco más tarde de lo habitual, ya que percibía un delicioso aire fresco acariciar su cara en las mañanas, y mientras, escuchaba en audiolibro el pergamino número cuatro del “Vendedor más grande del mundo” de Og Mandino:

«Soy el milagro más grande de la naturaleza. Ni las bestias, ni las plantas, ni el viento, ni la lluvia, ni las rocas, ni los lagos tuvieron el mismo comienzo que yo, porque fui concebido con amor y traído a este mundo con un propósito. En el pasado no consideré esta verdad, pero desde ahora en adelante le dará forma a mi vida y la guiará….»

Luego procedía a estirarse, bañarse, vestirse y desayunar; su madre le preparaba unos deliciosos desayunos, y siempre jugaban a las adivinanzas con el olor de sus recetas.
—¡Madre! Has preparados mis favoritos: panqueques con mermelada de fresas.
—Sí cariño, me siento muy afortunada que los saborees, pero no me gusta que comas demasiados panqueques, contienen demasiada azúcar y no quiero que te haga daño.
—No te preocupes, que cuando salgo a la montaña me desintoxico de esto y de mis pensamientos…. —respondió Jenny.
—Lo sé, lo sé, pero tienes que tener mucho cuidado cuando andes sola en la montaña.
—Le tengo más miedo a los humanos que a la naturaleza.
—Tienes razón —respondió su madre.
—Hoy vendrá Javier, iremos a Santa Rosa de Copán.
—¿Otra vez? —Le dijo su madre con un tono regañón pero con una sonrisa en su cara.
—Sí, el domingo le comenté que no conocía una hacienda de la que muchos hablan y quiero ir, así que me dijo que mientras yo se lo permitiera, él concedería mis caprichos.
—Ya veo que ese muchacho está deshaciendo, todo lo que me costó años construir en ti.
—Hay mamá, solo confíe en mí.
—En ti siempre hija mía, en él no —Y la abrazó cariñosamente.

Javier en realidad era un chico muy respetuoso, amable y de ojos color miel, mayor que Jenny unos 4 años. Siempre que viajaban le decía a Jenny que era su copiloto favorito; y es que a él, no se le hacía tan emocionante los viajes con nadie más que con ella. Sus conversaciones siempre eran de un nivel superior y muy profundo, filosóficamente hablando.

—Cambiaré la emisora —dijo Jenny.
—Por favor, no iba consciente de la radio, ya sabes que cuando voy contigo mis sentidos se desconectan de todo lo demás y mi atención es solo para ti.
—Pues no deberías.
—¿Por qué? —preguntó Javier.
—Un conductor desenfocado, puede provocar un accidente, y yo aún quiero seguir construyendo mi legado en este mundo.
—Jajaja siempre tan espontánea.
—Amo esta canción —comentó Jenny.
Y los parlantes sonaban a muy alto volumen y ambos cantaban intentando tararear:

«Get your kicks, on Route 66, Well it goes from St. Louis, Joplin Missouri, Oklahoma city looks oh so pretty You’ll see Amarillo and Gallup, New Mexico…«

Javier en algunos versos, apenas cantaba, ya que no pronunciaba muy bien el inglés…
—¿Quieres un afogatto? —La interrumpió.
—No me tientes —respondió Jenny—, ya sabes que me fascina pero después de tanta cafeína hablo demasiado y ando muy acelerada.
—Está bien, lo dejamos para después.

Avanzaron por la carretera y Javier le platicaba sobre pueblitos que quedaban cercanos a la carretera y se los describía de una forma única; a cualquiera que escuchara esa descripción, le hubiese entrado ganas de conocer.
—A veces creo que exageras —Lo interrumpió Jenny.
—La percepción sobre un lugar es subjetiva.
—Lo es, así que debo comprobarlo yo misma —Y sonrió—. ¿Has notado que algunas personas siempre quieren vivir en otro lugar? Y muchas veces, desprecian todas las riquezas que tienen a su alrededor…
—Sí, hay una frase de una canción que dice: “mira con ojos de turista, que ven belleza donde otros ven rutina”.
—Quiero ser turista toda mi vida —Le dijo Jenny.
—Y ¿quién te va a financiar todos esos viajes?
—Vos.

Ambos se rieron porque sabían que a Jenny le gustaba ser muy independiente y no contar con la ayuda económica de los demás, así que se las ingeniaba para recibir ingresos de distintas formas; había trabajado en un call center, en un programa de radio, y grabado la voz de muchos comerciales, su voz era muy distintiva.
—Ya casi llegamos —dijo Javier.

Habían recorrido más de 60 kilómetros y no lo habían notado, siempre se les hacía corto el camino por todo lo que platicaban. Se desviaron y tomaron un camino de tierra, en la entrada, un hombre muy amable les hizo parada, Javier bajó el vidrio de su ventana y lo saludó, el señor muy sonriente les dio la bienvenida y saludó con un gesto con la mano en dirección hacia Jenny, pero ella no respondió su saludo. Al señor se le borró un poco la sonrisa, pero inició con las indicaciones:
—Más adelante podrán observar una laguna con búfalos y luego atravesarán un finca de café, y si se mantienen siempre a la izquierda, llegarán hasta el establo y podrán montar a caballo, también está el restaurante en el que pueden disfrutar de un menú variado con lo cosechado aquí mismo en la hacienda. Y si se les hace muy tarde también pueden hospedarse .
Al despedirse el señor les deseó una excelente estadía y se despidió nuevamente con el gesto agitando la mano en señal de adiós hacia Jenny, pero nuevamente, ella no respondió.

—¡WOW! —dijo Javier exaltado.
—¿Qué sucede?
—¡Es la primera vez que veo esos búfalos de agua! Son de color negro y muy grandes, tienen cuernos curvados hacia atrás, por cierto, caminan algo lento, debe ser por su gran peso. Quiero que nos tomemos una foto con ellos al fondo.
—Ya sabes que no me gustan las fotos —dijo Jenny apartándose y frunciendo el ceño.
—Lo sé, pero a mí sí, porque inmortalizo estos momentos hermosos. No seas egoísta.
—Está bien, pero toma una de esas fotos en las que parezco que no me doy cuenta —dijo Jenny.
—Esas te salen natural ¡eh! —Y ambos rieron a carcajadas—. Por cierto, el señor de la entrada intentó saludarte y despedirse de ti con el gesto de la mano.
—¿En serio? ¿Por qué no me lo dijiste? ¡No me gusta que los demás piensen que soy antipática!
—A mí sí, porque así solo estás para mí —contestó Javier—. No sé, me parece gracioso como la gente no sabe cómo reaccionar a tu mega ignorada… —Y ambos rieron largo rato.

—Me han contado de un sendero, debe de ser aquí cerca, en el que se logra encontrar el
Yellow billed cuckoo…
—Está bien, pero si lo logramos encontrar iremos por una deliciosa sopa de gallina india y tú invitas esta vez, Jenny.
—Está bien, pero entonces esperaremos hasta encontrarlo, así sea hasta el atardecer.
A Javier siempre le asustaba hacer ese tipo de tratos porque sabía que ella era obsesivamente decidida y firme en lo que deseaba. Así que siempre rogaba encontrar esas aves rápido… No sabía si sus ruegos surtían efecto, o es que ella tenía una habilidad, don o lo que sea para atraer las aves y su conexión con ellas, que incluso él se sentía un intruso…
A veces él le sugería que reprodujera el sonido del ave en el celular para llamarla, pero siempre se enfadaba.
—No, de ninguna manera —decía Jenny—. Si tú te encuentras paseando en el bosque, y de repente escuchas una voz que dice: “¡Javier! ¡Javier! Psh psh”, te desconcertaría, ¿cierto? Bueno, así le debe suceder a las aves al reproducir cantos o llamadas grabadas, además no sabemos lo que dicen en sus llamadas, pueden ser llamadas de alerta, y lo que provoquemos sea hacerlas entrar en pánico, y como esta es la época reproductiva de las aves, pueda que dejen solos a sus polluelos, por salir a defender su territorio…
—Está bien —dijo Javier, sintiéndose como niño regañado—. Mientras tanto buscaré los binoculares.
—Ahhh —dijo ella—, tienes que estar alerta porque tú eres mis ojos…
—Y tu mi vida —respondió Javier.

A Jenny no le incomodaba platicar sobre su ceguera, Javier siempre le decía que al graduarse de medicina, él se especializaría en oftalmología, la curaría y viajarían mucho más.
—No me des falsas esperanzas. Debo vivir con lo que tengo y lo que soy, las esperanzas no son buenas.
—¿Por qué?
—¡Porque te paralizas esperándolas! En lugar de actuar…
—Bueno, pero cuando no tienes opción…
—Siempre la hay —Lo interrumpió Jenny, muy segura como en todo lo que decía y hacía.
Desde que perdí por completo la vista a los 8 años, he aprendido a agradecer por todo, no ha sido fácil. Pero, ¿te imaginas si hubiese nacido ciega? No tuviera la fortuna de haber conocido el rostro de mi madre, el color de tus ojos, no sabría cómo son los animales, etc.

En eso, se quedó en silencio, levantando el dedo índice, Javier con este gesto sabía que no debía ni siquiera moverse, entraba en un estado de concentración absoluta en el que sus oídos parecía que se amplificaban en un 200%. Logró escuchar el cuckoo y Javier preguntó en qué dirección percibía el sonido para buscarlo con los binoculares; la dirección de su dedo era tan precisa como la mira de un arma y sus oídos eran como los de un murciélago. Él lo vio y confirmó con la fotografía de la guía de aves.
—Lo anotaremos en nuestra lista de lifers —dijo Javier.
—¿Nuestra?
—Sí, ya sabes que me gusta anotar las aves que hemos reconocido juntos.
—Ya sabes que ese tipo de registros, no me gustan.
—Sí, pero es bueno tenerlos por escrito…
—No sé, pienso que cuando nos enfocamos en la lista, perdemos el sentido, y luego vamos a empezar a desear llenarla con más y más aves, en lugar de disfrutarlas.
—Está bien —dijo Javier—, ya no llevaré este registro —y siempre escribió el nombre del ave, porque sabía que no lo veía.
—¿Sabes que percibo tus movimientos no? —Aunque estaban como a dos metros de distancia, Jenny claramente escuchó el sonido del lápiz grafito rozar sobre el papel.
—Sí, es que acabo de iniciar una nueva lista.
—¿Nunca pierdes verdad?
—Ahora se llama lista de aves que han tenido el placer de conocerte, Jenny.
—Eres especial…
—Lo sé.

Su ave objetivo del día se había cumplido, así que guardaron su equipo, caminaron varios minutos disfrutando de los relajantes sonidos de la naturaleza y olores distintivos de las flores, hasta llegar al restaurante de la hacienda y saborear una deliciosa sopa de gallina india, al saborearla, con exquisitos condimentos y un aroma distintivo, Jenny siempre se transportaba a su niñez. Cada vez que Jenny y Javier salían era una experiencia nueva, y la sabían disfrutar plenamente, como si nunca más se volverían a ver.

Ya de regreso a casa, al entrar, Jenny inhaló profundamente y dijo:
—¡Madre! Le has agregado mi ingrediente favorito a la tarta de manzana: ¡canela!
—Sí, pero es para Javier —respondió.
—Ahora estoy celosa.
—Tranquilas estoy para ambas —dijo Javier en tono de chiste—. Gracias por la tarta, por cierto, Jenny desea que la vaya a dejar a la montaña, ¿está de acuerdo?
—Está bien, yo iré por ella al atardecer —respondió la madre de Jenny.

Al caminar por en medio del bosque, a Javier le gustaba observarla, su ceguera, en lugar de “disminuirla” más bien le había aportado seguridad y alta autoestima, en su rostro había un par de espinillas y algunas manchas, a veces andaba despeinada, pero eso a ella no le importaba, nunca pensaba en ello; tampoco era consciente del físico de los demás, por lo que realmente lograba apreciar el interior de las personas.
—Aquí está bien —le dijo a Javier y se despidieron con un abrazo que duró varios segundos.

Ella siguió avanzando por su cuenta, levantando el mentón e inhalando el olor a pino y liquidámbar. Le gustaba concentrarse en el crujir de las hojas secas al caminar sobre ellas; se acercó a la orilla del río para introducir parte de sus piernas y se mantuvo así, el contacto con el agua fría le causaba una sensación muy placentera. Se concentraba en cada sensación que sentía su piel, sus oídos, su olfato… Dentro del bosque, su conexión con la naturaleza se volvía plena y única. Los seres vivos que estaban a su alrededor parecía que la aceptaban de una forma extraordinaria y formaba parte de ellos. Así podía permanecer horas y horas, la ausencia del sentido de la vista, le había hecho desarrollar los demás, había aprendido a vivir la vida a través de sonidos plenos.

Aún había algunos chipes migratorios de paso por este bosque de Celaque, y cuando Javier iba de regreso, vio pasar varios por el cielo, y pensó en “su Jenny”.

—Aaaah —dijo—, solo yo sé, cuanto desearías ser uno de ellos.

Aquellos Chipes que Javier vio, iban en dirección a Jenny, varios de ellos eran de la especie Setophaga citrina, conocidos localmente como reinitas encapuchadas, y rodearon a Jenny, como abejas, pero sin causarle daño, eran tantos, que la lograron cubrir por completo, justo cuando el anochecer se empezaba a apoderar del bosque….

Continuación segunda parte al final de esta página…

Este cuento es una leve adaptación del cuento original (de Mayra Pinto), con el que se participó en el concurso “Mujeres viviendo con discapacidad” inspirado en el Uruguayo no vidente y uno de los observadores de aves más destacados, y que ve a las aves de una manera diferente: a través de su canto; Juan Pablo Culasso se ha propuesto el desafío de grabar sus sonidos para ayudar a conservar el patrimonio natural en archivos de audio, su trayectoria es incomparable, y sin duda sigue construyendo su legado.

5 comentarios
  1. David MaGa
    David MaGa Dice:

    Me gusta la moraleja que deja la primera parte del cuento… qué hay que saber apreciar más la naturaleza en su esplendor, que simplemente reflejarla en una foto… es bonito quedarse con estos recuerdos como lo hacía la chica (Jenny) que los guardaba en su memoria y los retrataba en la pupila. Excelente Pinto👌

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  1. […] Esta es la segunda parte del cuento «Sonido Plenos», te sugiero que inicies tu lectura, en dicho cuento, haciendo clic aquí. […]

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